El continente ha sido escenario de un hartazgo juvenil que no se limita a consignas abstractas. Lo que empezó en Sri Lanka en 2022, cuando miles de jóvenes obligaron a la renuncia del presidente en medio de la peor crisis económica de su historia, continuó en Bangladés en 2024, donde la presión estudiantil precipitó la caída de su primera ministra tras 15 años en el poder.

Lo que une a estos movimientos es el rechazo a democracias frágiles, capturadas por élites familiares, militares o partidistas que se presentan como eternas. Ese mismo patrón se repite hoy en Nepal e Indonesia, los dos epicentros más recientes de la protesta asiática.  

“La generación Z en Asia es la más educada de la historia, pero enfrenta desempleo, precariedad laboral y migración forzada; esa frustración se convierte en motor de movilización”, explica Darwin Cruz, profesor del Departamento de Estudios Sociales de la Universidad de La Salle.

En Katmandú, la chispa fue la decisión del gobierno de bloquear 26 plataformas digitales, interpretada por una juventud hiperconectada como un ataque directo a la libertad de expresión.  En Yakarta, el detonante fue el aumento de subsidios de vivienda para los parlamentarios, hecho que se convirtió en catalizador de un enojo más profundo contra la corrupción y el autoritarismo.  

Estas protestas no pueden entenderse como episodios aislados. Más bien, forman parte de un patrón regional: la llamada Generación Z aparece como una fuerza política disruptiva que desafía la forma tradicional de entender la protesta.

Una movilización en vivo y en directo

En ambos países, las imágenes fueron elocuentes: estudiantes universitarios y colegiales en uniforme escolar marchando juntos, parlamentos incendiados, líderes políticos perseguidos por turbas y jóvenes que, mientras el fondo ardía en llamas, grababan y compartían bailes en TikTok. Todo quedó transmitido en vivo a través de las redes sociales, donde la protesta se convirtió también en performance y narrativa viral.

“Las redes sociales no son solo recreativas: son espacios políticos, económicos y culturales (...) Lo digital y lo presencial hoy están entrelazados: hoy la protesta no solo ocupa calles, también ocupa narrativas, algoritmos y espacios virtuales”, resalta el profesor Cruz.

Esta lectura es compartida por Lucas d’Auria, profesor del programa de Negocios y Relaciones Internacionales de la Universidad de La Salle, quien añade que “por fin, después de mucho tiempo, nos estamos dando cuenta de que las redes sociales hoy son el lugar de asociación pública por excelencia. Antes, en los cafés se fraguaban revoluciones para tumbar gobiernos, ahora ese papel lo cumplen los espacios digitales”.

Lo que estalla en las calles es el cansancio de una generación que, entre la desigualdad estructural y la ostentación de las élites, ha decidido que no hay futuro posible sin transformar la política.

Los orígenes de una posible primavera asiática

Nepal e Indonesia comparten una característica fundamental: son democracias recientes y frágiles.  

“Nepal abolió su monarquía en el 2008 e Indonesia todavía carga con la herencia del régimen de Suharto: son democracias jóvenes, con instituciones que no han logrado canalizar el descontento social”, señala Lucas d’Auria.

Y es que, aunque estos países celebran elecciones periódicas, aún arrastran prácticas de corrupción, clientelismo y concentración de poder. Este trasfondo ayuda a entender por qué algunos analistas ya hablan de una posible “Primavera Asiática”.

Sobre esto, el profesor d’Auria explica que “en el caso de la Primavera Árabe, lo que la gente reclamaba era democracia. En Nepal e Indonesia, pareciera que la demanda principal es solamente por un sistema más justo y paritario, pero si se mira en el fondo, allí también hay un reclamo de democracia”.

Las redes sociales como catalizador de la indignación colectiva  

En esta ola de movilizaciones, la juventud no solo ha salido a las calles: también ha convertido las redes sociales en trincheras políticas.  

“En Colombia, como en Asia, los jóvenes no son un actor pasivo. Han demostrado capacidad de organización, creatividad y de convertir la protesta en un fenómeno cultural (...) Los estudiantes no deben ser vistos solo como receptores de decisiones, sino como actores políticos visibles con voz en la esfera pública”, afirma el profesor Cruz.

Ese protagonismo digital y presencial, sin embargo, también enfrenta límites. Como advierte d’Auria, la represión no elimina el descontento, solo lo posterga y lo hace más explosivo.  

La experiencia de Nepal muestra la paradoja de las victorias inmediatas, así lo analiza el profesor de Negocios y Relaciones Internacionales: “El peligro es que la caída de un gobierno se sienta como un triunfo, pero las medidas que cambian un sistema económico o político tardan décadas en dar resultados".

"Cuando no surge un liderazgo capaz de canalizar el sentimiento ciudadano, los vacíos de poder los ocupan las mismas élites de siempre; y como no hay cambios rápidos, la gente se siente motivada a regresar a la calle y continúa la inestabilidad en el poder”.

Las protestas han disminuido, pero los problemas de fondo siguen sin resolverse. Lo que ocurre en Nepal e Indonesia revela que, más allá de los episodios de furia colectiva, hay una fractura estructural entre generaciones, élites y ciudadanía.  

La gran incógnita es si la energía de la juventud logrará traducirse en cambios políticos duraderos o si, como tantas veces en la historia, el sistema volverá a absorber la protesta sin transformarse. Por ahora, es muy temprano para saberlo. 

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Estudiantes en uniforme marchan en Nepal - Getty Images
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