No hay palabras que alcancen para nombrar todo lo que una maestra o un maestro significa en la vida de sus estudiantes. Enseñar no es simplemente transmitir conocimiento: es provocar preguntas, despertar el deseo de aprender, acompañar procesos, sostener miradas, abrir caminos.
Cada docente que camina por los pasillos, que entra al aula con entusiasmo, que prepara con esmero sus clases, está haciendo mucho más que cumplir una labor: está dejando una huella que trasciende el tiempo.
Celebramos el Día del Maestro, y por ellos reconocemos el valor inmenso de su presencia cotidiana. Ustedes, docentes lasallistas, hacen posible que el aula sea un espacio donde se cultiva la esperanza. Con su vocación, sostienen la confianza en un futuro más humano. Con su ejemplo, enseñan que el conocimiento cobra sentido cuando se pone al servicio de los demás.
Celebramos su compromiso silencioso, muchas veces invisible, pero profundamente transformador. Celebramos su capacidad de leer el mundo, de adaptarse, de mantenerse firmes en la misión educativa. Y lo hacemos con el orgullo de saber que en cada una de sus clases se encarna el espíritu de San Juan Bautista de La Salle, patrono universal de los educadores, quien nos enseñó que educar es, ante todo, un acto de amor.
Ustedes forman profesionales con valor, pero también personas que miran con compasión, que piensan con responsabilidad y que actúan con ética. Gracias por esa entrega sin medida. Gracias por creer, incluso cuando nadie mira. Gracias por estar, incluso cuando parece difícil.
Los reconocemos como pilares esenciales de los futuros posibles.

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