En La cuestión agraria, Karl Kautsky (1980) destruye el espejismo de la pequeña propiedad como refugio del campesinado en el capitalismo. Lejos de ser un espacio de autonomía, la tenencia reducida de la tierra se convierte en una trampa mortal que expone a los campesinos a la lógica despiadada del mercado. Fragmentados, aislados y atados a la producción en condiciones de desventaja estructural, se transforman en proletarios sin fábrica, obligados a sostener con sus propias manos una producción que cada vez les pertenece menos. En Colombia, este proceso se observa con particular crudeza en donde la tierra sigue siendo el escenario de una desigualdad histórica que no solo expulsa al campesinado, sino que lo margina en su propia existencia, perpetuando un modelo de exclusión que refuerza el dominio de una minoría sobre vastas extensiones productivas.

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